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VOLUMEN II/ NÚMERO 2/ AÑO 1/ ISSN 977245257580/ PÁGINAS 54-69/ RECIBIDO: 01-08-2020/ APROBADO: 12-10-2020/ www.revpropulsion.cl
E. P. Thompson, el papel de las clases populares en las transformaciones histórico-económicas del capitalismo
artesanos y trabajadores radicales fueron políticamente separados de los radicales
de la clase media, hicieron uso de sus experiencias para promover y mantener
tradiciones y formas de organización propias […] Fue en esos días cuando la
conciencia especíca de la clase trabajadora comenzó a madurar imbuida de un
fuerte impulso democrático (Kaye, 1989, p. 1667).
Podemos observar, en la segunda parte de su libro La maldición de Adán (Thompson, 1995),
que cada proyecto, cada sentido u horizonte de vida forjado en la tradición, ocuparon un sitio
importante en la conguración de la clase obrera mucho antes que la industrialización los
pudiera crear como tal. Esto es, Thompson se pronuncia en contra de las tesis que sugieren
a la “industrialización” como el agente por excelencia del cambio social. Pues, como él
señala: «Se veía a los instrumentos físicos de producción dando lugar, de forma directa y
más o menos compulsiva, a nuevas relaciones sociales, institucionales y a formas culturales»
(Thompson, 1989, v. I, p. 199). Así, a contra corriente de estas tesis que niegan el papel activo
del sujeto en las transformaciones sociales, Thompson reitera el papel de las tradiciones
políticas y culturales –de los jornaleros del campo, trabajadores domésticos o a domicilio,
artesanos, obreros fabriles, etcétera– en la formación de las comunidades obreras. Y reitera
que, a pesar de que estos diferentes grupos tienen experiencias diversas, en formas de trabajo
nuevas y tradicionales, compartieron una vivencia común dentro del capitalismo que fue la
intensicación de la explotación y la disciplina laboral en sus propias áreas de trabajo aún
hoy no modicadas por las nuevas tecnologías, o lo que Marx denominaba subsunción real,
así como las formas intolerables de opresión política. Según Kaye, Thompson «destaca en la
primera fase de la revolución industrial, los cambios en, e intensicación de, el proceso de
acumulación de capital como una experiencia social y humana» (1989, p. 167). El punto es no
olvidar cómo es que vivieron estos grupos sociales bajo una experiencia común: las relaciones
de explotación, y cómo, tomando en cuenta, las herencias “intelectuales”, culturales y
políticas del proceso de formación de los nuevos sujetos sociales fue que surgió la expresión
política y antisistémica de la conciencia de clase obrera8. En ese sentido, la conciencia de
la clase obrera queda marcada por varias dimensiones, no sólo por la experiencia generada
por los procesos de explotación, sino también, por una fuerte formación política derivada de
un legado, podríamos decir intelectual, de aquellos miembros que fueron conformado la
comunidad obrera. Por ello, al nalizar su libro, en la tercera parte titulada “La presencia de
la clase obrera” (1995), Thompson concluye con la explicación de las bases, antes descritas,
sobre las cuales se dio la formación de la conciencia de clase obrera en la Inglaterra del siglo
XIX.
7 Además, «…en el periodo de 1790-1840 se dio una ligera mejoría en las condiciones materiales de vida de la clase
trabajadora (pero) fue experimentada como una <<catástrofe>>, la cual enfrentaron creando nuevas formaciones
de clase, <<instituciones fuertemente basadas y autoconcientes: sindicatos, sociedades cooperativas, movimientos
educativos y religiosos, organizaciones políticas, publicaciones>>, junto con <<tradiciones intelectuales de la clase
trabajadora, patrones comunitarios de la clase y una estructura de sentimientos (de la misma clase)>>. Estas
instituciones y formas de conciencia son testimonio tangible de la existencia de una nueva formación obrera, no
obstante, la aparente diversidad de experiencias; y su expresión en la inquietud popular constituye un testimonio
contra el punto de vista <<optimista>> acerca de la revolución industrial» (Meiksins, 1983, p. 94).
8 «La segunda trata del impacto de la revolución industrial sobre el conjunto de los trabajadores […] Transita de
lo subjetivo a lo objetivo. Cambia de esfera: de la cultura a la economía y a la vida social. Muda de escenario: de la
taberna y la iglesia, al taller y la fábrica. Modica la cronología: se desliza del siglo xviii al xix. Las estructuras y la
dominación aparecen por la fuerza» (Illades, 2001, p 165).