El compromiso ideológico. Del hombre unidimensional al sujeto responsable
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VOLUMEN I/ NÚMERO 1/ AÑO 1/ ISSN 977245257580/ PÁGINAS 6-15/ RECIBIDO: 14-01-2020/ APROBADO: 23-03-2020/ www.revpropulsion.cl
ello, le tuvo que corresponder, como detectó adecuadamente Peter Sloterdijk (2003), la
emergencia de un tipo de composición psicológica que se atreviera a festejar el despotismo
eco-tecno-político que le había sido legado. Las contradicciones de esta deriva histórica
son múltiples, y resulta imposible resumirlas en una sola línea, pero lo evidente es que la
armación del dominio total al que había dado oportunidad la conformación de la sociedad
capitalista se hizo, en un comienzo, bajo guras que, en apariencia, negaban las formas
políticas –democracia- y éticas -utilitarismo, liberalismo- propias del mundo capitalista. El
fascismo, el nazismo, el falangismo, etc., fueron expresiones perversas con las que el capital,
aún emergente como principio de dominio multidimensional de la sociedad, trataba de
autoconocerse en el proceso de establecimiento de su dominación. No se trató de un cambio
de época económica a otra, si lo que se entiende por ello es la supuesta transformación de
un capitalismo de libre competencia -que nunca existió- a uno monopólico o imperialista
que condujo a la emergencia de sociedades totalitarias. El capitalismo es tan libre como
monopólico desde un comienzo. Pero sí hubo una modicación histórica cuando se hizo
evidente que el proceso de sometimiento global del orbe, a la lógica del valor valorizándose,
había alcanzado dimensiones anteriormente inimaginables que dieron paso a una doble
problemática: la del enfrentamiento cada vez más directo con los grupos oprimidos y
explotados que sufrían las consecuencias de la imposición del nuevo tipo de sociedad -sobre
todo a partir de la Comuna de París, en 1871-, y la de la lucha por la hegemonía global que
se disputaba de nuevo, en una escala técnica sin precedentes, las regiones conquistadas,
colonizadas e incorporadas a la dinámica sistémica. La ética falaz del imperialismo civilizador,
responsable de atrocidades inenarrables, tuvo que dar paso al despliegue de un despotismo
abierto y descarado, al que no le preocupaba fundamentar su praxis en la revelación bruta
de los intereses más deleznables.
De esa manera, la conciencia cínica, una de las grandes innovaciones ideológicas del
siglo XX, se enfrentó directamente a la economía de la culpa y a la responsabilidad que
la mentalidad decimonónica había introducido para justicar el ascenso político-cultural
de la burguesía y para reprimir brutalmente la conciencia crítica y rebelde de las clases
oprimidas. Su lógica, para decirlo en términos utilitaristas, era la de disminuir la culpa para
maximizar la armación despótica y violenta del acto. Pero esto sólo lo pudo hacer mediante
la sujeción radical de la individualidad a la responsabilidad del cumplimiento ante el Estado
y sus objetivos imperialistas, lo que de nuevo ató al individuo a la dinámica estresante de la
disciplina y la sumisión cosicadora. Al individuo le estaba permitido, teórica y prácticamente,
dar rienda suelta a sus prejuicios y a sus frustraciones sistemáticas, pero si y sólo si, se ponía
al servicio de los intereses trascendentes del poder estatal. El resultado fue una catástrofe de
dimensiones inconmensurables.
La conguración estable de la conciencia cínica sólo pudo encontrar su condición de
posibilidad en la hegemonía cultural norteamericana de la segunda posguerra -reproducida
dócilmente por los países de la Europa americanizada-, que dio cabida a la desublimación
cómoda del sujeto sin exigir de él una responsabilidad abrumadora de parte del poder
político -otra vez un replanteamiento de la fórmula utilitarista: disminución del sentimiento
de culpa y responsabilidad como método para maximizar el goce individualista-. Al contrario,
lo que se le exigió fue una despolitización creciente, un potenciamiento de la abstracción
individual capaz de imaginarse plenamente libre en el mismo momento en el que cedía
toda su autonomía al aparato estatal y a los monopolios industriales, que sólo funcionan
ecazmente prescindiendo de la participación “ciudadana”. La disminución del estrés y
el establecimiento de una esclavitud apacible, disfrazada del máximo grado de libertad